Reflexiones sobre la vida como asistente de lenguaje

Como muchos de ustedes están comenzando su tiempo como asistente de idiomas en España , ofrezco algunas reflexiones sobre mi propia experiencia pasada. Los puntos de vista que comparto son totalmente mĂos y están destinados a servir como una forma creativa de expresarme, asĂ como a ser una crĂtica sutil del programa de Asistente de Idioma de AmĂ©rica del Norte en general. No pretendo tener todas las respuestas sobre cĂłmo mejorar el programa (aunque sĂ tengo muchas sugerencias), ni quiero comenzar a culpar a personas especĂficas por mis experiencias porque las debilidades del programa se extienden desde arriba hacia abajo.
Aliento a los lectores a comentar sobre sus propias experiencias (buenas y malas) para dar una idea más precisa del programa. ¿Qué te ha sorprendido estas primeras semanas? ¿Crees que tu escuela estaba bien preparada para recibirte?
Bienvenido a carmona
El graffiti explĂcito y la prisiĂłn como puertas me sacan un poco. Estoy buscando la escuela secundaria de un pequeño pueblo y esto no es exactamente lo que esperaba. Me toma unos buenos diez minutos descubrir cĂłmo entrar al edificio; soy de un pueblo pequeño donde las personas mantienen sus puertas abiertas y este sistema de intercomunicaciĂłn / timbre es de apariencia extranjera e intimidante. Finalmente, alguien toca el timbre y lo sigo esquemáticamente dentro.
Me saluda el conserje que, solo despuĂ©s de dos años de trabajar allĂ, entiendo que es una mezcla de portero, conserje y asistente de oficina … un robo de todo. Me comunico quiĂ©n soy, pensando que quizás alguien me estĂ© esperando en mi primer dĂa. No es el caso, pero Ă©l me entrega al departamento de inglĂ©s con una sonrisa.
No corras para cubrir (todavĂa)
Un sonido de lamento sale de los altavoces. Salto y me tapo las orejas. Estoy bastante seguro de que la alarma de incendio está sonando, pero nadie parece preocupado. DespuĂ©s de treinta segundos de ruido ensordecedor se detiene. Cuando veo a los estudiantes y maestros corriendo, me doy cuenta de que el horrible sonido era solo la campana, una señal para cambiar de clase. Por quĂ© tiene que sonar como una advertencia de bomba es una pregunta que todavĂa tengo.
Los estudiantes corren a travĂ©s de los pasillos pequeños para liberar energĂa. La mayorĂa de ellos en realidad no tienen que cambiar de aula (generalmente los maestros son los que cambian), pero no se les permite permanecer en el aula solo entre perĂodos. AsĂ que corren, saltan, luchan y voltean mientras otros comen papas fritas, dulces, donas y sándwiches del cafĂ© de la escuela. Gritan, gritan y hacen pasar una pesadilla viviente, completa con empujones, partĂculas de comida volando, lĂquidos derramados y olores corporales. Lo que solo deberĂa durar tres minutos a menudo se reduce a diez o quince, ya que muchos maestros llegan considerablemente tarde a clase. DespuĂ©s de abrir la puerta, tomar la asistencia, revisar la tarea y tranquilizar a los estudiantes, no es raro que solo queden treinta minutos del perĂodo de una hora.
Sentirse inutil
Los estudiantes están hablando sobre mĂ, otra vez. Intento enrollarlos en: “¡Por ​​favor, escuchen! ¡SĂ© respetuoso! ”Pregunto. Pero ellos no me entienden. Los pocos estudiantes que quieren escuchar me dan una sonrisa avergonzada de disculpa en nombre de sus compañeros de clase. Aceptan que la mayorĂa gobierna y desafortunadamente la mayorĂa no quiere aprender inglĂ©s; Prefieren estudiar para su examen de quĂmica el prĂłximo perĂodo. Mientras tanto, estoy atrapado frente a una clase de treinta adolescentes, prohibido hablarles en español y, básicamente, hablar conmigo mismo. Al borde de una crisis nerviosa, trato de hacer contacto visual con el maestro del aula. Sin tanta suerte, está demasiado ocupada corrigiendo exámenes en la parte posterior del aula. El zumbido se hace más fuerte y dejo de intentarlo. Tal vez finalmente dándome cuenta de que ya no estoy hablando, la maestra golpea fuerte en un escritorio y grita: “¡Cállate, por favor! ¡Prestad atenciĂłn ! ”Hay una pausa de treinta segundos en las diversas conversaciones y sesiones de estudio, y de repente me están molestando treinta pares de ojos que leen molestia. Y me dijeron que enseñar serĂa gratificante …
Redención: Las pequeñas cosas.
Son las 11: 00– tiempo de descanso. Llámame antisocial, pero prefiero no ir a desayunar con los otros maestros. Aprovecho mis treinta minutos para desconectarme un poco del caos y disfrutar un poco de aire fresco. Carmona es una hermosa ciudad para pasear.
Es una semana antes de la feria del pueblo y una mujer se me acerca. La reconozco como maestra aquĂ, pero no recuerdo haberla conocido. «¡LorĂ©n!», Grita, «¡EscuchĂ© que no tienes un vestido de flamenco para la feria, asĂ que te hice esto!». Me da un prendedor hecho a mano, una bailarina de flamenco con un vestido azul vibrante. Es hermoso e inesperado. DesearĂa poder expresar lo mucho que me ha impactado su amabilidad, pero lo hago con un “Muchisimas gracias! ¡Que bonito!»
Es mi Ăşltima semana de ser asistente de idiomas y despuĂ©s de cada lecciĂłn les explico a los estudiantes que mi tiempo con ellos ha llegado a su fin. Algunos se ven decepcionados, a otros no les importa, y la mayorĂa está ansiosa por que suene la campana (o que gime). De vez en cuando, me hacen algunas preguntas sobre lo que harĂ© a continuaciĂłn, si vuelvo a EE. UU. Y si alguna vez vuelvo a Carmona. DespuĂ©s de una clase dos chicas se acercan a mĂ. Me agradecen profusamente por mi tiempo con ellos (que, por cierto, fue solo una hora cada dos o tres semanas) y se disculpan por sus compañeros desatentos. Me piden mi correo y se lo doy. Expresan su deseo de visitar los Estados Unidos un dĂa y los aliento a sumergirse en la televisiĂłn, los libros y la mĂşsica en inglĂ©s. Cuando me despido, comienzan a llorar, despuĂ©s de todo tienen trece años, y es conmovedor ver que he tenido algĂşn tipo de impacto.